viernes, 23 de noviembre de 2018

PADRE DE TUS PADRES


Esta publicación la compartió en su muro de facebook mi amigo José Arturo Guerrero,  que a su vez la tomó del blog el tren de la vida aunque es fácil encontrarla en otros sitios de internet... Desconozco el autor del texto;  en los diferentes sitios en los que la encontré aparece así, sin autor.

Un texto complementario: Todo hijo es padre de su padre lo encontrará en el vínculo. 


PREPÁRATE PARA SER PADRE DE TUS PADRES


Cuando llegamos al mundo somos hijos y esperamos mantenernos en esa condición toda la vida; siendo amados, mimados y educados; que nuestros padres derrochen dosis gigantescas de amor a través de todo nuestro camino por la vida; que cuando la vida duela tengamos un regazo materno sobre el cual regocijarnos; que cuando la vida se torne angustiante encontremos en nuestros viejos el sabio consejo. Cuando eso nos llega a faltar siempre hay un vacío, un sentimiento extraño de soledad y abandono. 

Incluso cuando somos adultos, buscamos reconocer nuestra infancia en los ojos de nuestros padres; secretamente deseamos sus amorosas atenciones como esa comida favorita o el dejarnos dormir hasta muy tarde cuando estamos en su casa.

Nunca se está preparado para cambiar de lugar en esa relación. 

Es complicado aceptar que nuestros padres envejecen. Entender que esas pequeñas limitaciones que empiezan a mostrar no se deben a la pereza o al desdén; que si se les olvidó dar un mensaje no es porque no les importe nuestra urgencia, que si piden que les repitamos las cosas es porque ya no escuchan muy bien ~y a veces no es sordera sino simple distracción~. Nos lleva mucho tiempo aceptar que ya nos los mismos superhéroes. No podemos ni debemos compartirles toda nuestra angustia pues para ellos las proporciones son mucho mayores y ahí todo se desequilibra: el ritmo cardíaco, la presión arterial, el índice glucémico o el equilibrio emocional.

Poco a poco vamos haciéndonos ceremoniosos por amor, intentando hablarles de aquello que es evitable; así, sin quererlo, empezamos a invertir los papeles de protección. Empezamos los intentos de proteger a nuestros padres de las desventuras de este mundo. 

Les decimos que nos va bien a pesar de que estamos en crisis; amortiguamos el diagnóstico del pediatra para que la enfermedad del nieto parezca algo simple, escondemos los problemas matrimoniales para aparentar que construimos una familia duradera, filtramos la angustia que puede ser temporal en lugar de compartir cualquier problema; no tienen porque preocuparse, al final del día... o al final de nuestras vidas estaremos bien. Sin embargo, cuando cambiamos esos pequeños detalles en la relación, nos vamos quedando un poco huérfanos; nos mantenemos con los ojos abiertos en el medio de la noche sin poder correr llorando a la cama de nuestros padres; les ocultaos nuestro temor a quedarnos sin empleo, pareja o casa para que no sufran sin necesidad... y a sí nos quedamos solos en esa espera, sin un regazo, un abrazo o una sonrisa para consolarnos. 

Entre más pierden su vigor, audición y/o memoria, mas solos nos vamos sintiendo, sin entender porque sucedió lo inevitable; incluso puede aparecer un conflicto interior por esperar que ellos reaccionen al envejecimiento del cuerpo, que peleen mas a su favor sin darnos cuenta ~en nuestra propia confusión~ que ya no tienen la misma conciencia que nosotros, no podemos impedir el paso de los años y que -sencillamente- tienen el derecho de sentirse cansados. 

En medio de todo esto llega el día en que nuestros padres se transforman ~sí~ en nuestros hijos, a los que debemos recordarles que deben comer, tomar un medicamento o pagar una cuenta; a los que es necesario guiar por las calles o darles la mano para que no caigan por las escaleras; a los que debemos preparar para ir a la cama... y quizá alimentarlos llevando el alimento hasta su boca. 

Y serán hijos más difíciles porque no recuerdan quienes son sus padres; reaccionarán a tus primeros regaños porque saben que, en el fondo, saben que les debes obediencia; minimizarán tus primeros argumentos e intentarán demostrar que aún son independientes, incluso cuando ese momento haya pasado, pues es difícil imaginarnos sin el control de nuestras propias rutinas; pero cederán de forma paulatina, cuando la fuerza física o mental se reduzca y puedan encontrar en tu amor por ellos un equilibrio para todos los cambios que los atemorizan. 

No será fácil para ti, no es la lógica de la vida. Incluso si eres padre, nadie te prepara para ser padre de tus padres; y si no lo erres, tendrás que aprender las peculiaridades de este papel para proteger a los que amas.

Si puedes, sonríe frente a sus comentarios seniles o cuéntales un chiste mientras comen juntos. Escucha aquella historia repetida hasta el cansancio como si fuera la primera vez y haz preguntas como si todo fuera inédito; bésalos en la frente con toda la ternura posible -como cuando pones a un niño en la cama- prometiéndoles que cuando abra los ojos, a la mañana siguiente, el mundo estará allí, como antes, intocable, para que juegue.

Porque si has llegado hasta aquí al lado de tus padres, con licencia para intervenir en sus vidas fue porque tuvieron un largo camino d amistad; y si te propones vivir ese momento con toda intensidad, no harás más que demostrar lo grande que es tu capacidad de amar, retribuir el amor que la vida te ofreció. 

FIN 


viernes, 9 de noviembre de 2018

REGALO PARA MIS HIJOS

Este texto lo encontré publicado en Facebook el 17 de agosto de 2018... el título es personal pues fue publicado sin título. 




Quiero regalarle algo a mi hijo y no sé qué.

- Regálale calma
- ¿Cómo... calma?
- Como suena, así tal cual, calma: cuando tu hijo se altere, regálale calma, cuando se estrese regálale calma, cuando haya una situación difícil regálale calma, cuando pase algo grave regálale calma. 
- ¿Pero cómo le ofrezco calma cuando yo me altero?
Por eso...es un regalo es, algo que tú te ESFUERZAS en obtener y no siempre tienes, no es lo que sobra, uno a quien ama no le regala lo que sobra. Uno a quien ama le regala lo más preciado, le regalamos el tiempo y la energía que invertimos en crecer como seres humanos para estar en condiciones de regalar calma cuando se avecine la tormenta.

Álvaro Pallamares
(Extracto Subiendo el Río)