Lecturas Complementarias:
LA GENTE MUERE.
El puente del arcoiris.
Cerrar círculos
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A los que nos dejaron si poder decir adiós.
Los
que ya no están duermen en lo más hondo de nuestro corazón; pero muchas de esas
ausencias siguen siendo abismos de dolor en nuestra memoria; porque nos dejaron
sin poder darles un adiós, se fueron sin un “te quiero” o quizá un “lo siento”.
La
muerte debería ser como una despedida en el andén de un tren o una sala de
abordar del bus y disponer allí de un breve intervalo de tiempo donde tener esa
última conversación, donde ofrecer un laaaaaargo abrazo y dejar ir con un “hasta
luego” tranquilo, sosegado, teniendo plena confianza de que todo va a ir bien. Pero esto no es siempre posible.
Los
que nos dejaron no están ausentes, los mantenemos en cada latido de nuestro
corazón, reposan en nuestra mente y nos dan fuerza cada día mientras los
honramos con una sonrisa, en la buena obra que hacemos y cuando los incluimos
en la charla cotidiana de la sobremesa.
Pero
la muerte no sabe de despedidas… solo llega… inevitable, ineludible, sin
dejarse convencer ni por ruegos ni sobornos.
La
muerte inesperada de un ser amado causa un impacto emocional intenso; su
pérdida deja muchos cabos sueltos, asuntos pendientes, palabras no dichas,
abrazos incompletos, arrepentimientos no disculpados y la desesperada necesidad
de haber podido dar un adiós. Las respuestas a todo se quedan en nuestro
interior y allí tendremos que refugiarnos durante un tiempo para encontrar la
calma, el alivio y la aceptación, porque el sufrimiento y el dolor son tan
personales, profundos y descarnados
que solo quien los vive puede entenderlo para iniciar, poco a poco la
reconstrucción interior.
Las personas
solemos tener más miedo al dolor que a la muerte, cuando en realidad es la
muerte quien finalmente nos alivia del dolor –así lo decía Jim Morrison-
Cada
persona vive el duelo de un modo particular. No hay tiempos ni estrategias que
sirvan a todos por igual. Ese dolor que tanto paraliza al inicio, que quita el
aire y que incluso nos arrebata el alma en los primeros días, semanas o meses,
se acaba suavizando… porque aunque parezca imposible… Se sobrevive.
Y uno
aprende a decir adiós a quién no tuvo su oportunidad, uno asumo asume, afronta
y acepta que la persona que amamos ya no va a volver… uno aprende que los
vacíos, las preguntas no respondidas, las palabras no dichas se llena en el
recuerdo de esa persona que nos quería y que el amor era recíproco. Los “cachitos”
de nuestro espíritu –como delicada porcelana fragmentada – los uniremos de
nuevo con buenos recuerdos que honren al ser amado y con esa materia de la que
están hechos los amores que no se olvidan, el cariño más sincero e imborrable y
ese legado emocional nos servirá como barniz para ser mucho más fuertes y
valientes el día de mañana.
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La muerte nunca es
del todo real, nunca es del todo auténtica… Porque la única forma de perder por
siempre a una persona es mediante el olvido, mediante el vacío del “no recuerdo”