sábado, 29 de junio de 2019

A LOS QUE NOS DEJARON SIN PODER DECIR ADIÓS

Esta es una publicación de El Librero de Gutenberg que me encanta por la manera en que retrata las emociones cuando una persona que amamos regresa a su origen sin que hayamos tenido oportunidad de despedirnos... la publicación original está en el vínculo; aquí anotaré solo lo que me gusta y trataré luego de complementarlo con otras publicaciones afines.

Lecturas Complementarias: 
LA GENTE MUERE. 
El puente del arcoiris. 
Cerrar círculos

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A los que nos dejaron si poder decir adiós.


Los que ya no están duermen en lo más hondo de nuestro corazón; pero muchas de esas ausencias siguen siendo abismos de dolor en nuestra memoria; porque nos dejaron sin poder darles un adiós, se fueron sin un “te quiero” o quizá un “lo siento”.

La muerte debería ser como una despedida en el andén de un tren o una sala de abordar del bus y disponer allí de un breve intervalo de tiempo donde tener esa última conversación, donde ofrecer un laaaaaargo abrazo y dejar ir con un “hasta luego” tranquilo, sosegado, teniendo plena confianza de que todo va a ir bien.  Pero esto no es siempre posible.

Los que nos dejaron no están ausentes, los mantenemos en cada latido de nuestro corazón, reposan en nuestra mente y nos dan fuerza cada día mientras los honramos con una sonrisa, en la buena obra que hacemos y cuando los incluimos en la charla cotidiana de la sobremesa.

Pero la muerte no sabe de despedidas… solo llega… inevitable, ineludible, sin dejarse convencer ni por ruegos ni sobornos.
 
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La muerte inesperada de un ser amado causa un impacto emocional intenso; su pérdida deja muchos cabos sueltos, asuntos pendientes, palabras no dichas, abrazos incompletos, arrepentimientos no disculpados y la desesperada necesidad de haber podido dar un adiós. Las respuestas a todo se quedan en nuestro interior y allí tendremos que refugiarnos durante un tiempo para encontrar la calma, el alivio y la aceptación, porque el sufrimiento y el dolor son tan personales, profundos y descarnados que solo quien los vive puede entenderlo para iniciar, poco a poco la reconstrucción interior.

Las personas solemos tener más miedo al dolor que a la muerte, cuando en realidad es la muerte quien finalmente nos alivia del dolor –así lo decía Jim Morrison-

Cada persona vive el duelo de un modo particular. No hay tiempos ni estrategias que sirvan a todos por igual. Ese dolor que tanto paraliza al inicio, que quita el aire y que incluso nos arrebata el alma en los primeros días, semanas o meses, se acaba suavizando… porque aunque parezca imposible… Se sobrevive.

Y uno aprende a decir adiós a quién no tuvo su oportunidad, uno asumo asume, afronta y acepta que la persona que amamos ya no va a volver… uno aprende que los vacíos, las preguntas no respondidas, las palabras no dichas se llena en el recuerdo de esa persona que nos quería y que el amor era recíproco. Los “cachitos” de nuestro espíritu –como delicada porcelana fragmentada – los uniremos de nuevo con buenos recuerdos que honren al ser amado y con esa materia de la que están hechos los amores que no se olvidan, el cariño más sincero e imborrable y ese legado emocional nos servirá como barniz para ser mucho más fuertes y valientes el día de mañana.

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La muerte nunca es del todo real, nunca es del todo auténtica… Porque la única forma de perder por siempre a una persona es mediante el olvido, mediante el vacío del “no recuerdo”

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