Este texto lo encontré hace ya muchos años en unas hojas de esas en las que los comerciantes suelen envolver las verduras en los mercados; me gustó el contenido y lo guardé hasta que hoy me decidí a transcribirlo.
Cuando hablar no da resultado,
la palabra escrita ayuda a mantener
la comunicación.
AMIGAS POR SIEMPRE
Por Patricia Lorenz
Cuando mi hija Julie tenía seis años de edad, le escribió una carta al "ratoncito" y la puso debajo de su almohada, pues ese día se le había caído un diente. Yo contesté la carta, recomendándole que fuera buena niña y que todos los días se cepillara los dientes. Así empezó lo que al paso del tiempo se fue convirtiendo en una tradición.
Al llegar Julie a los nueve años, ya se había dado cuenta de que las cartitas sirven para algo más que para ofrecerle un diente al ratón. Un día, después de enfrascarnos en una acalorada discusión sobre porque no debía comprarse un par de zuecos, Julie me escribió este mensaje:
Mamita:
Quiero unos zuecos por estas razones:
1.- Tu deseabas unas botas y finalmente te las compraste.
2.- Si los zuecos me lastimas los pies, ese es problema mío.
3.- Cuando la abuela nos dio dinero en Navidad, dijo que podíamos comprar con él lo que se nos antojara.
Te quiere, Julie.
Cedí, y mi hija descubrió así el poder de la palabra escrita.
En el curso de los años siguientes Julie y yo intercambiamos puntos de vista sobre los muchachos, los deberes escolares, las llamadas telefónicas y las tareas domésticas. Algunas notas eran disculpas tras vehementes riñas a gritos; otras no eran mas que felices pensamientos vertidos en el papel. A sus 13 años mi hija dio respuesta a una afectuosa nota mía en estos términos:
Querida mamá:
Tus cartas me hacen sentir bien aunque mi ánimo esté por los suelos. A veces incluso me hacen llorar porque llegan a lo más hondo de mi. A pesar de nuestras diferencias, estoy feliz de tener una relación tan buena contigo. Supongo que no es fácil convivir con una adolescente ¡Ni tampoco con una mujer de 39 años!
Con cariño, Julie.
P.D. Es más fácil para mi escribirte lo que siento que decírtelo en persona.
La posdata de Julie era muy elocuente: ella estaba pasando por los conflictos de la adolescencia, y yo tenía mis propias dificultades, de manera que escribir era el medio más eficaz para comunicarnos nuestras emociones.
Un día de verano, poco antes de que mi hija empezara la enseñanza media, dejó una navaja de afeitar en la bañera, al alcance de su hermanito de cinco años. Después de reprenderla, le pregunté que castigo creía merecer. Julie se marchó muy molesta, pero una hora después me dejó una nota en la cocina.
Mamá:
Lamento haber sido tan negligente. Para reparar mi falta:
1.- No iré al centro comercial al salir de la escuela.
2.- No veré televisión por la tarde.
3.- No comeré nada hasta la hora de la cena.
Julie nunca volvió a dejar su navaja de afeitar en la bañera.
Dos meses mas tarde, el primer día de clases en la escuela de enseñanza media, Julie y yo discutimos sobre si era conveniente o no que ella usara maquillaje. Esa noche recibí una carta de seis cuartillas, de su puño y letra.
Querida mamá:
Me apena haberme mostrado tan arrogante esta mañana, pero realmente me sentía enojada. ¡Ni siquiera me diste la oportunidad de hablar! Si al menos quisieras analizar las cosas conmigo, quizá fuera más fácil para las dos. En vez de decirme lo mal que se me ven los ojos, podrías ayudarme a maquillármelos mejor.
En la tercera cuartilla, mi incomprendida hija hizo gala de toda la lógica de la que fue capaz:
1.- Creo ser una persona muy responsable que puede aprender a maquillarse de una manera que nos agrade a ambas.
2.- No me pongo "plastas", como hacen algunas de mis amigas, yo leo las instrucciones del paquete y los consejos que dan las revistas de belleza para aplicarme bien el maquillaje.
3.- Estoy creciendo; quiero verme bien y dar realce a mis ojos.
4.- ¿Qué te parece un período de prueba de tres semanas para demostrarte que sé usar maquillaje?
Huelga decir que, a partir de ese día, mi hija empezó a usar maquillaje (con discreción).
No mucho tiempo después, mi esposo y yo nos separamos. Los meses que siguieron fueron caóticos, además de esforzarme por dar estabilidad a mis cuatro hijos, tuve que trabajar horas extras y atenerme con rigor a mi presupuesto. Cuando la situación puso en jaque mi entereza y mi capacidad de madre, Julie acudió en mi auxilio con una nota.
Querida mamá:
Sé que estas pasando por momentos difíciles. Sería feliz si pudiera resolver tus problemas, pero lo único que puedo hacer es decirte que te quiero mucho. A todos nos aflige el divorcio, pero para mi sigues siendo una maravillosa, comprensiva y amante mamá.
Recibe un beso. Jules.
Ese año, varias veces desahogué mis frustraciones en mis hijos. A la mañana siguiente de uno de esos malos días, Julie puso en mi bolso este mensaje, para que yo lo leyera al llegar al trabajo.
Querida mamá:
Sé que las cosas no son fáciles para ti, y mis hermanos y yo te entendemos. Creo que salir de casa más a menudo te haría bien. Nosotros estamos creciendo y cada uno tiene sus propios amigos e intereses pero debes saber que siempre seremos tus hijos y que nunca te abandonaremos.
Con todo mi amor, Jules.
Unas semanas antes de que cumpliera 18 años, le pregunté a Julie que deseaba de regalo. No imaginé que me estaba escribiendo la carta más seria de su vida. He aquí algunas de sus palabras:
Pronto iré a la universidad y tendré que vivir sola. Creo que he madurado acatando tus normas, con muy pocas excepciones. Como regalo de cumpleaños quisiera ser tratada y respetada como persona formal y responsable. Y también me gustaría:
1.- Poder llegar más tarde a casa por las noches, o que no me fijes una hora para ello.
2.- Permiso para hacer y recibir llamadas telefónicas después de las 10 de la noche.
3.- Libertad para tomar mis propias decisiones.
4.- Que me veas como una amiga íntima.
Esa noche pasé varias horas escribiendo mi respuesta.
Queridísima Julie:
Llegar a adulto no significa obtener la libertad de repente para hacer lo que a uno le plazca: tan solo implica volverse responsable. Si estas segura de poder comportarte como persona adulta, te trataré como tal.
Luego di contestación a sus peticiones, pidiéndole que fuera considerada en cuanto a las dos primeras; estuve de acuerdo en que debía tomar sus propias decisiones y prometí aconsejarla solo cuando me lo pidiera.
Terminé con estas palabras:
Hija, te deseo una vida dichosa, colmada de amor y decisiones sabias basadas en valores sólidos. Tengo fe en que seguirás cultivando los preciosos dones que Dios te dio.
¡Feliz cumpleaños, amiga mía! Tu mamá.
Mi hija se fue de la casa hace unos años para proseguir sus estudios. La he extrañado enormemente, pero nuestra tradición nos ha ayudado mucho. Sus cartas desde la escuela siguen iluminando mi vida.
(c) 1992 por Patricia Lorenz. Condensado de "Working mother" (marzo de 1993). de Nueva York, Nueva York.
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